Biodiversidad tecnológica para saltar los jardines vallados de internet
6 noviembre 2018No al silencio. Artículo pronunciamiento de la Red de Periodistas de a Pie ante el asesinato de Javier Valdez
6 noviembre 2018“La justicia social se cumplirá inexorablemente…”
– Eva Perón.
Como en un sueño de soñadores compulsivos, el Bajo Flores, nombre no oficial de un barrio que no existe en los mapas, nació cargando el peso de la dura realidad social y económica de mitad del siglo XX, en una República Argentina manejada por las familias más adineradas su oligarquía, después de un largo período de Justicia Social en un gobierno de trabajadores con la presidencia de Juan Domingo Perón. Hombres y mujeres de todas partes del país, desplazados en esa realidad de miseria que se imponía, llegaron al lugar que antes de ser conocido como Bajo Flores, era un terreno inhabitado en el sur de la gigante Ciudad de Buenos Aires. Apenas pisado el suelo, ese grupo de hombres y mujeres crearon hogares e hicieron crecer sus familias en zona de riachuelos; enfrentando pantanos, rellenando lagunas; volvieron lo inhabitable en vida con precarias casas de chapa y cartón para después organizarse en bloques o manzanas abriendo sus propias calles y pasillos; le pelearon al estado por cloacas, agua potable, electricidad; construyeron centros de salud, escuelas y en su lucha por la dignidad, conscientes de su propia historia y destino de pueblo, hicieron nacer también una radio comunitaria.
“FM Bajo Flores, pasión descontrolada”, se lee, sobrevive al paso de los años y se repiten en las paredes color gris cemento del interior de la radio, palabras escritas con marcador permanente, como tatuajes en la piel. En esa danza de cables y micrófonos iluminados por una luz cálida entre una imagen de Eva Perón y la Virgen de Luján, se observa la misma mística entre la construcción colectiva de un barrio entero y la creación de una radio comunitaria. Se iba desenvolviendo el año 1996 y atrás habían quedado los días de dictadura militar, de secuestros y desapariciones, pero ese monstruo todavía seguía ahí, respirando desde las sombras. El reinante plan económico del libre mercado había dejado a unos pocos con grandes cuentas bancarias y a muchos sin plata para el almuerzo del día, sin la dignidad del trabajo. Así, en estado casi terminal, el Bajo Flores decidió seguir agitando la bandera de la justicia, la independencia y la libertad y decidió amplificar su voz abriendo las puertas de una radio que, desde el inicio, tendría una idea muy clara: los micrófonos serían del pueblo y para el pueblo.
Niños y niñas, adolescentes y jóvenes, adultos y abuelos; las organizaciones del barrio y todos los que participaban de la vida cotidiana en conjunto comenzaron a apropiarse de la palabra popular en movimiento que significa una radio comunitaria como la FM Bajo Flores. Y ahí está al descubierto un secreto. En la práctica se comprendió que una radio comunitaria perdería el valor de su nombre si solamente fuera un espacio abierto donde cualquiera pueda decir lo que quisiera. Aleatoriamente, al aire, sin destino. Lo que tendría que ser el fuerte de un medio comunitario sería la militancia en conjunto con una identidad de pueblo definida para obtener derechos principalmente en vivienda, salud, educación y trabajo. Centros de Salud, comedores comunitarios, colectividades de vecinos de países hermanos con su cultura, baile, comidas, la parroquia Madre del Pueblo con la escuela primaria y secundaria y el club atlético Madre del Pueblo son algunos de los actores sociales que en el pasado y presente forman parte de la vida de la radio en este barrio que, por los colores, los aromas y la música de vecinos y vecinas llegados de países limítrofes como Perú, Bolivia y Paraguay, se ganó también el nombre de “pequeña Latinoamérica” en el inconsciente colectivo.
“Yo estoy al derecho, dado vuelta estas vos…”
– El cieguito volador – Sumo
La comunicación, entendida como un proceso de ida y vuelta entre mínimamente dos personas, con un mensaje codificado enviado a través de un canal en un determinado contexto, guarda en su esencia algo que no es técnico ni académico. A través de ella contamos nuestra realidad, transmitimos ideas, hacemos amigos o enemigos, familias, creamos imperios, destruimos naciones; convertimos lo gigante en pequeño y lo pequeño en gigante con sólo tres palabras… o dos! Convencemos, mentimos, persuadimos. Le damos forma a nuestro universo, le otorgamos sentido. Hasta Dios, según cuenta la Biblia, la utilizó a su favor: viendo desde el cielo que los seres humanos al mando de Nemrod estaban construyendo una torre para llegar a las nubes y disputarle el poder (la Torre de Babel), los dividió dándoles a cada uno un lenguaje diferente, con lo cual, al no poder entenderse más, los humanos dejaron de trabajar en conjunto y se dispersaron por la faz de la tierra. Así como Dios en los libros sagrados, nosotros también entendimos en algún momento de nuestra creación que la comunicación termina siendo una poderosa herramienta para canalizar mediante ella la vida y su desarrollo, la supervivencia de nuestra especie y la transformación de nuestro entorno según nuestra locura individual y colectiva. “Por eso la radio”, dirían los vecinos del Bajo Flores: para contar su verdad, que, en un espacio comunitario, es la verdad del pueblo.
Cualquier ser humano que se enfrente a un micrófono de radio por primera vez siente en ese sagrado momento caer algunas gotas finas de sudor por la frente, la garganta seca, la mente en blanco. Años de estudio en el idioma castellano, francés o cualquier otro que se maneje, desaparecen como por arte de magia. Los primeros consejos son: sentarse erguidos, no hablar para nuestros adentros, mantener una prudente distancia del micrófono. Y para colmo, algunos radialistas enseñan que lo peor que nos puede pasar estando al aire, es quedarnos en silencio sin decir nada. Demasiada presión en el CÓMO decir, para luego darse cuenta que también preocupa el QUÉ vamos a decir. Enfrentando al mundo desde el lugar más pequeño, ¿cuál va a ser nuestro mensaje?
“La comunicación en manos del pueblo es liberación…”
– Consigna de la FM Bajo Flores
“Así vivieron los famosos el terremoto en México”, fue el título con que un canal de televisión privado presentaba por la tarde la noticia de la tragedia de Septiembre de este año que dejó cientos de muertos y heridos en ese país, además de incontables daños en lo económico y social. Mientras las imágenes desde el aire mostraban los destrozos, el llanto, las muertes, desde el estudio los periodistas objetivos debatían cuánto había sufrido emocionalmente la estrella de la telenovela de la noche, por ejemplo, o el actor más caro de la televisora, hijo de uno de sus productores; ambos de vacaciones en tierras mexicanas. En el mundo “real”, fuera de estudios caros de televisión, lejos de los exclusivos micrófonos de radio de algunas emisoras empresariales, el común de la población se topa con estas visiones recortadas mientras toma el café en alguna cafetería, ordena su oficina antes de terminar la jornada laboral o limpia la casa antes que lleguen los hijos de la escuela. En el juego que plantean los medios de comunicación privados, las ofertas de la grilla de TV o radio son simples vidrieras de muestra, en donde un individuo o una comunidad solo pueden comprar. Consumidores, nos dicen.
En nuestras sociedades actuales, la identidad de una nación, sus problemas, sus inquietudes y el debate de ideas (que no es exclusividad de algunos letrados con títulos universitarios), terminan desapareciendo de esas vidrieras o “agendas” al ritmo que impone el filtro subjetivo de los invisibles dueños del medio, a la vez que ellos son filtrados por otros intereses más elevados y más invisibles para el común, dejando mutilado al pensamiento popular, que muchas veces recurrió a las paredes de las calles para cantar de noche y con pintura sus verdades. En ese mínimo gesto de pelea, podemos encontrar la valentía de un acto de libertad, como bien definió el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh. En ese y en otros tantos, como la radio de los sindicatos mineros de Bolivia que fueron vanguardia en comunicación popular y comunitaria mientras enfrentaban dictaduras sangrientas, en la escuela rural o urbana que elige crear una revista o diario para que los niños dibujen sus historias con palabras; en las comunidades migrantes que desde fuera de su país natal llevan su cultura de origen a los oídos de sus hermanos en un canal de TV comunitario, en la cooperativa que produce libros y permite a otros dejar sus luchas grabadas en la historia, en las organizaciones sociales que pelean por la Justicia Social y utilizan las nuevas herramientas como las Tecnologías de la Información y Comunicación para llevar adelante sus actividades y generar inclusión.
La historia nos ha demostrado que la lucha que todavía llevamos adelante los pueblos americanos es la lucha por la liberación. En ese camino, encontramos ejemplos de medios comunitarios que ven la comunicación como un derecho humano y una herramienta para la revolución; que propone una comunicación con identidad popular, verdaderamente democrática y con ideas de unidad, justicia social, independencia económica y soberanía política. Herramientas como la FM Bajo Flores, que nació en un barrio que se hizo a sí mismo, o como otros cientos de medios y espacios comunitarios conducidos por los hombres y mujeres que deciden dejar la pasividad impuesta bajo títulos como “consumidores”, u “opinión pública”, y pasan a la acción para tomar la palabra y contar su realidad, convirtiéndose en artífices de su propio destino y ejemplo para el porvenir. Como escribió alguna vez Eduardo Galeano: «hombres y mujeres siendo pequeños fueguitos para alumbrarlo todo»
“No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende»
Foto : Grabación del programa Enredos en Salud en los estudios de FM Bajo Flores, Fotografía de William Salazar
Referencias
FM Bajo Flores. (1998) “Micrófonos Para el Pueblo (o como un barrio parió un radio comunitaria)”, Buenos Aires, Argentina.
Eduardo Galeano. (1989) “El Libro de los Abrazos”, Editorial Siglo XXI.
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