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24 marzo 2019Introducción
Desde 1850 a la fecha la población mundial de multiplicó por 5,5. En ese mismo período el consumo total de energía se multiplicó por 50 [1].
Mientras hoy apenas más de la mitad de la población vive en ciudades, se espera que en el año 2050 más del 66% de la población sea urbana. En América Latina la tasa de urbanización es aún más alta, mientras en 1970 era inferior al 60%, en el 2010 rondaba el 80% y se espera que en el 2025 sea cercana al 90% [2].
De acuerdo a la Agencia Internacional de Energía (IEA) el consumo mundial de energía en el 2035 será un 47% mayor que en el 2010. Los mismos escenarios muestran un crecimiento de la cantidad de combustibles fósiles utilizados en dicho período aunque disminuya su peso relativo que bajaría de un 84 a un 79% [1].
A pesar del crecimiento exponencial del consumo de energía, este se da en un marco de fuerte inequidad. El consumo per cápita promedio de los países de la OCDE (18% de la población mundial) es más de 4 veces mayor que el de los países no OCDE (82% de la población mundial). Entre los extremos esta diferencia es superior a 50. Más de 1400 millones de personas en el planeta no tienen acceso a la electricidad [1].
La producción de energía primaria en América Latina es un 20% mayor al consumo, esta diferencia marca las exportaciones fuera de la región, básicamente en forma de petróleo crudo. Del total de la producción de petróleo de la región el 40% es exportado. Por otro lado la región es un importador neto de derivados de petróleo [3]. Además de la exportación de energía de manera directa, América Latina es un exportador de energía virtual incorporada en comodities y productos semielaborados o elaborados.
Solo el 15% de toda la energía que se consume en América Latina corresponde al sector residencial.
En América Latina más de 30 millones de personas no tienen acceso a la electricidad y más de 80 millones de personas cocinan con biomasa en condiciones que afectan a su salud. Los sectores más pobres pagan por la energía una proporción mayor de sus ingresos que los sectores más ricos [4]. Millones de personas son las desplazadas y afectadas en América Latina por obras de infraestructura energética.
Al mismo tiempo, el de la energía es un negocio floreciente para un importante sector empresarial.
Que debería cambiar
Hoy sabemos que el consumo de combustibles fósiles podría seguir creciendo. Es lo que alientan los pronósticos, escenarios y deseos de las instituciones asociadas a la industria fósil. Los impactos sobre la sociedad y los ecosistemas resultarían inconmensurables.
Sin dudas el problema central no es la existencia o no de combustibles fósiles sino la necesidad de establecer cuotas decrecientes de su uso en un proceso de transición hacia otras fuentes de energía y mecanismos socio-técnicos de adecuación, que nos permitan superar la emergencia climática.
Pero el necesario cambio de la matriz energética, entendida como la estructura de fuentes de energías utilizadas es solo un aspecto del problema energético. El sistema energético no se reduce a la producción-consumo de determinados volúmenes físicos de energía, sino que el sistema incluye las políticas públicas, los conflictos sectoriales, las alianzas geopolíticas, las estrategias empresariales, los desarrollos tecnológicos, la diversificación productiva, las demandas sectoriales, los oligopolios, la relación entre energía y distribución de la riqueza, o la relación entre energía y matriz productiva, las relaciones con la tecnología, etc. El sistema energético se configura como un conjunto de relaciones que vinculan al sistema humano entre sí, con la naturaleza y que se encuentran determinadas por las relaciones de producción existentes [5].
Desde este punto de vista, el sistema energético mundial se podría caracterizar por una serie de elementos a destacar como ser:
- Alta concentración respecto a la propiedad y manejo de los recursos energéticos convencionales.
- Altos niveles de conflictividad alrededor del acceso a las fuentes energéticas.
- Fuertes impactos sobre las poblaciones afectadas por toda la cadena de exploración, extracción, transformación y uso de la energía.
- Altos impactos ambientales sobre la biodiversidad en zonas rurales y urbanas.
- La utilización de las fuentes convencionales de energía son causantes de las dos terceras partes de las emisiones de gases de efecto invernadero.
- Los impactos de las grandes obras de infraestructura energética, en todos los eslabones de su cadena, sobre los territorios, la biodiversidad y las comunidades afectadas.
- Las inequidades relacionadas a las características de apropiación de la energía y sus beneficios en toda la cadena productiva.
- La apropiación privada y con fines de lucro de los bienes y servicios energéticos. La mercantilización de las cadenas energéticas en todas sus etapas.
- La ausencia de la participación ciudadana en la construcción de las políticas energéticas y sobre todo en la posibilidad de decidir sobre los usos del territorio son una característica inherente al sistema energético vigente.
En este marco el cambio de la estructura de fuentes de producción de energía resulta ser una condición necesaria pero no suficiente a la hora de pensar en un cambio en la realidad energética.
Sin dudas, el corset que significa el hecho de que las políticas energéticas sean una política sectorial de las políticas de desarrollo establece algunos límites a la hora de pensar el cambio del sistema energético sin modificar el modelo productivo. Sin embargo existen espacios para el desarrollo de reformas y cambios estructurales que permitan avanzar en otro sistema energético.
Ejes para pensar un cambio del sistema energético
El desafío para cambiar el sistema energético requiere de un abordaje transdisciplinario y complejo del problema. Este es un espacio que debemos construir entre los diferentes sectores de la sociedad. Un abordaje integral debiera incluir entre otras cuestiones el necesario proceso de desmercantilización del sector energético, el desarrollo de estilos de satisfacción de necesidades humanas con menos materia y energía, el abordaje del debate acerca de la renovabilidad y la sustentabilidad de las fuentes energéticas y el rol de la energía en un proceso de redistribución de la riqueza [6].
A diferencia de otras políticas sectoriales, las políticas energéticas son, en la mayoría de los casos, delegadas en los Estados nacionales. Por lo tanto las mismas tienen una fuerte impronta de concentración y centralización. Si sumamos a esto la preocupación de los Estados nacionales solo por el abastecimiento, sin prestar atención a las características del consumo y otras dimensiones de las políticas energéticas, se configura una situación preocupante. También debemos realizar el análisis en un contexto continental fundamentalmente urbano, en el cual son pocas las experiencias de desarrollo de políticas energéticas locales.
La concentración de las políticas energéticas en manos de los Estados nacionales y dentro de estos en círculos de “especialistas” configura una preocupante situación de la falta de debate alrededor del desarrollo de las mismasque quedan restringidos a sectores de elites del gobierno, algunas consultoras y expuestas al intenso lobby de los sectores empresariales interesados en el área.
No solo es posible, sino necesario, avanzar en la democratización y descentralización de las políticas energéticas.
El desarrollo de espacios abiertos, conformadas por los gobiernos locales pero también por actores sociales, sindicales, educativos, permitirían la apropiación por parte de la ciudadanía del comando sobre las políticas energéticas. Concebida, la energía, no solo por los aspectos físicos, sino por sus consecuencias sociales, ambientales y políticas. Estos espacios democráticos presuponen formación y debate para la toma de decisiones. Persiguen a su vez la idea de incorporar a la energía en los debates transversales diversos como la eliminación de la pobreza, el sistema de transporte urbano, los códigos de edificación, las políticas de residuos, la eficiencia, las modalidades del comercio, temas todos en los cuales la energía es un protagonista hoy silencioso y que debemos lograr explicitar.
El futuro deseado
Como fue expresado los escenarios futuros desarrollados desde el status quo energético solo auguran crecimiento de la producción y más fósiles, un futuro a todas luces incompatible con la supervivencia y la equidad.
En este contexto es posible avanzar en el desarrollo de escenarios para una transición energética que dispute los escenarios técnicos convencionales. En este caso, nos referimos a escenarios que, basados en la aceptación de los límites al desarrollo en un marco de inequidad, visualicen senderos de reducción en el uso de energías y emisiones y el incremento de la participación de las energías renovables sustentablemente.
El desarrollo de escenarios distintos al tendencial es una de las tareas pendientes y todo indica que no serán construidos, salvo algunas excepciones, desde los espacios convencionales; son parte de los desafíos que se presentan. La mirada convencional intenta primordialmente garantizar una oferta suficiente ante una demanda creciente.
La transición energética
Un camino de transición energética plantea estrategias diversas, etapas que se solaparán, procesos que aún no conocemos. Seguramente serán procesos en los cuales se superpongan reformas con procesos de cambios estructurales.
En este largo camino se presentaran tareas permanentes o de largo plazo al mismo tiempo que tareas aparentemente “técnicas”. De la capacidad de involucrar a la sociedad en su conjunto en los debates energéticos dependerán en parte los logros que se obtengan.
Pensar en una transición presupone poder tener en claro un diagnóstico, acordar al menos que es lo que nos parece incorrecto en el desarrollo energético, cuales son los aspectos críticos y comenzar a partir de allí a fortalecer las alternativas planteadas y disputar su centralidad.
Otro déficit se asocia a la falta de debate alrededor de las políticas energéticas desde una concepción como la que planteamos. Los actores habitualmente involucrados son los afectados por obras energéticas, que en su afán por evitar la ocupación de sus territorios, realizan el esfuerzo de pensar alternativas. Se hace necesario poder incorporar en la transición a otros actores sociales de manera de disputar la construcción de las políticas energéticas a los lobbys establecidos. Esto requiere ampliar el debate, aspecto esencial para un desarrollo cabal de las alternativas y construir alianzas de diverso tipo.
La transición tiene procesos urgentes y de largo plazo superpuestos.
Entre algunas de las muchas acciones que deberíamos trabajar encontramos:
- Implementación de mecanismos de eficiencia energética que se asocien a la disminución absoluta y no relativa del consumo de energía.
- Incorporación de energías renovables sustentables de manera efectiva en la matriz energética.
- Intervención por parte del Estado a fin de corregir las “anomalías” de mercado.
- Determinación de restricciones y planes de eliminación progresiva de fuentes no renovables y no sustentables de energía.
- Fortalecimiento del rol del Estado como ejemplificador en el uso de las energías.
- Reforma de los sistemas de subsidios a las fuentes fósiles y la industria extractiva.
- Promoción del debate sobre la viabilidad del actual modelo productivo.
- Construcción de herramientas que fortalezcan la concepción de energía como derecho.
- Fortalecimiento de pautas de consumo de bajo contenido energético y restricción de consumos excesivos.
- Acceso a los bienes energéticos y sus servicios en condiciones dignas.
- Desarrollo de políticas energéticas locales, comunales, municipales, provinciales, etc.
- Incorporación en el análisis de las políticas de desarrollo de la variable energética.
Al decir de Enrique Leff [7] el problema pasa por “¿Cómo desactivar el crecimiento de un proceso que tiene instaurado en su estructura originaria y en su código genético un motor que lo impulsa a crecer o morir? ¿Cómo llevar a cabo tal propósito sin generar como consecuencia una recesión económica con impactos socioambientales de alcance global y planetario?”.
Es necesario construir otra economía que garantice la preservación de los ciclos naturales, que aborde cíclicamente los procesos. Es necesario rediscutir los mecanismos y formas a través de los cuales satisfacemos nuestras necesidades.
Pero no hay dos tiempos. Es necesario avanzar en la lucha contra la pobreza, contra la indigencia al mismo tiempo que se construye otra economía y otro modelo productivo. Lo que está claro, es que el neodesarrollismo instaurado en la región no podrá en ese marco resolver el tema de la energía y tampoco el de la gente.
Fotografía: Jennifer Galewsky, 2015
Notas
[1] Hughes, J. D. (2013). Perfora, chico, perfora. (M. P. Lorca, Trad.) Santa Rosa, California: Post Carbon Institute.
[2] ONU-Habitat. (2012). Estado de las ciudades en América Latina y el Caribe 2012. Rumbo a una nueva transición urbana. Naitrobi: ONU-Habitat.
[3] BP. (2011). BP Statistical Review of World Energy. Recuperado el Junio de 2012, de http://www.bp.com/statisticalreview
[4] CEPAL. (2009). Contribución de los servicios energéticos a los Objetivos del Milenio y a la mitigación de la pobreza en América Latina y el Caribe. Santiago de Chile: LC/W.281.
[5] Bertinat, P., Chemes, J., & Arelovich, L. (2014). Aportes para pensar el cambio del sistema energético. ¿Cambio de matriz o cambio de sistema? (H. I. Crespo, Ed.) Ecuador Debate (92), 85-102.
[6] Bertinat, P. (2013). Un nuevo modelo energético para la construcción del buen vivir. En M. Lang, C. Lopez, & S. Alejandra, Alternativas al capitalismo/colonialismo del Siglo XXI (ISBN 978-9942-09-127-7 ed., págs. 161-188). Quito: Abya Yala.
[7] Leff, E. (1998). Saber ambiental: Sustentabilidad, racionalidad, complejidad, poder. Méjico: UNAM-PNUMA.
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